martes, 1 de enero de 2008

Revolución Francesa: tres puntos de vista


Subo el texto escrito por mí que les había prometido. En éste trabajo me baso en la obra de Roger Chartier, que se reseñó en la anterior entrada y; tomó los trabajos de Guy Chaussinand Nogaret "En los orígenes de la Revolución Francesa. Nobleza y burguesía", y de Guy Lemarchand "La Francia del siglo XVIII: ¿Elites o nobleza y burguesía?".

Revolución Francesa: tres puntos de vista.

Diversos especialistas han analizando los orígenes y el carácter de la Revolución Francesa de 1789. Uno de ellos, Guy Chaussinand Nogaret, plantea que la nobleza en el siglo XVIII va a dejar de lado sus valores distintivos para tomar los valores de la burguesía, que la alimenta al devorarla, produciendo una identidad cultural entre la nobleza y el Tercer Orden.
Para justificar su hipótesis, Chaussinand Nogaret analiza tres frentes. Referido al primer frente, dice que a partir de 1760 la noción de honor, valor nobiliario, es reemplazada por la noción de mérito, valor burgués, que la nobleza hace suyo, y lo acepta y reconoce como criterio de nobleza. A partir de esto, el foso que separaba a la nobleza de la burguesía se esfuma. Vale aclarar que esto no significa que los burgueses no pudieran ennoblecerse antes de 1760, pero en ese caso eran considerados desertores. Después de esa fecha, el ennoblecimiento se convierte en un mérito personal y en reconocimiento a diversos servicios prestados.
En segundo lugar, Chaussinand Nogaret, basándose en el estudio de los libros de quejas de los dos órdenes, llega a la conclusión de que tanto la nobleza como la burguesía tenían reivindicaciones comunes, con algunos matices no obstante.
Finalmente, el especialista francés afirma que la nobleza no era ajena a ninguna actividad de tipo tradicional del capitalismo comercial, que llevaba ventaja al desarrollo de las nuevas formas productivas y que reivindicaba, al igual que la burguesía, la liberación de todos los obstáculos que impedían el progreso económico. Chaussinand Nogaret dice que la industria siderúrgica y minera eran las que ofrecían las máximas posibilidades para establecer un capitalismo industrial, y que ambas estaban bajo el control de la nobleza justificando, de alguna manera, que la burguesía no podía generar dicho capitalismo.
Chaussinand Nogaret concluye diciendo que no niega que haya habido una revolución; él dice que al inicio de esta revolución se confirmaba la vocación de la nobleza y de la burguesía de dirigirla de una forma moderada. Es a partir del momento en que entren en juego las fuerzas populares donde se ahondan las divisiones entre los dos órdenes. La burguesía, mostrándose aliada de los sectores populares, desvía la tempestad sobre la nobleza que corría el peligro de arrastrarla. Cuando pasa el peligro, “la solución que se impondrá será un triunfo tanto de la nobleza como de la burguesía. Y en la sociedad postrevolucionaria, reconciliados los dos órdenes, compartirán el poder”[1]
Guy Lemarchand se va a oponer a algunas conclusiones expuestas por Chaussinand Nogaret. Dice que le parece exagerado decir que la unidad de la nobleza sea posterior a la Revolución porque junto a los elementos de división, existían factores de unión. También hace un análisis similar con respecto a la burguesía. Del mismo modo, Lemarchand se opone a la teoría de la fusión de elites como la plantea Chaussinand Nogaret. Si bien reconoce coincidencias entre los cuadernos de quejas de la nobleza y la burguesía, dice que ambos órdenes no querían reemplazar a la monarquía por el mismo régimen. Con respecto a la Ilustración, había discrepancias. Un sector de la nobleza estaba tomando sus ideas, pero la imagen que seguía presentado estaba basada en un pasado lejano y militar. La burguesía recogía de la Ilustración sus aspectos subversivos para con la sociedad del Antiguo Régimen También había diferencias desde el punto de vista político: la burguesía reclamaba, entre otras cosas, el cumplimiento de la duplicación del número de miembros del Tercer Estado o el voto por cabeza. Sobre los ennoblecimientos, Lermarchand explica que eran menos frecuentes en el siglo XVIII que antes de 1665.
Lemarchand data la ruptura entre los dos órdenes en el otoño de 1788, tras la resolución del Parlamento de París sobre la forma de los Estados Generales que disipa el equívoco del liberalismo aristocrático y lo revela como liberalismo conservador. La nobleza, debilitada porque perdía la hegemonía, superada por la evolución material e intelectual de la sociedad, no queriendo apoyar a la monarquía a la que había combatido en el pasado, facilita el avance de la burguesía que, apoyada por las clases populares, transforma los Estados Generales en Asamblea Nacional. Lermchand concluye diciendo que será la Revolución la que realizará la fusión entre la nobleza y la burguesía.
Roger Chartier le brinda importancia a la cuestión de entender a la Ilustración como una invención de la Revolución Francesa, al querer arraigar su legitimidad en una serie de textos y autores fundamentales, reconciliados más allá de sus diferencias vivas y unidos en la preparación de la ruptura con el antiguo mundo.
Al comparar las revueltas del siglo XVII con las del siglo XVIII, dice que las primeras, que tenían como objetivo el impuesto fiscal, no eran tan efectivas como las segundas, que apuntaban hacia la señoría. Y si bien éstas últimas tenían objetivos más limitados y eran menos violentas (porque se recurría a los tribunales reales en vez de sublevarse), minaban más los fundamentos del ejercicio del poder. A éstas protestas Chartier las califica de “politización de aldea”.También hace un análisis parecido cuando compara las reivindicaciones de los Estados Generales de 1614 con los de 1789. En el primero de los casos, se nota un anhelo de que las autoridades se hagan cargo de la estructura social y a cambio de eso se las deja tener ciertos privilegios. En el segundo de los casos, se tiende a cuestionar lo que era evidente y se pide una mayor participación popular. Esto último, explica Chartier, fue producto de la consolidación del Estado moderno, que eliminaría las ataduras que sometían a los más débiles a la autoridad de sus protectores inmediatos, y generaría la mentalidad que considerará necesaria la modificación radical que se dio en 1789.
Chartier se refiere en su obra también a una “esfera pública literaria” que aparece a comienzos del siglo XVIII. El primer soporte de esta esfera eran los salones, lugar de encuentro entre la aristocracia y los escritores. Esta esfera se basaba en principios inéditos: el libre ejercicio de la crítica; la igualdad de todo aquellos que están comprometidos en al confrontación de ideas, sean cual fueren las diferencias de estamento, etc. El segundo apoyo lo daban los periódicos. Al aumento de sus publicaciones y su apertura a los intereses intelectuales, crean un mercado del juicio crítico, liberado de de la tutela exclusiva de los periódicos oficiales y basado en la confrontación de opiniones. Al pretender que hablan en nombre de los lectores, a quienes erigen en árbitros del buen gusto, dan vida a una nueva instancia crítica, autónoma y soberana: el público.
Finalmente, Chartier le da importancia a la masonería como institución que minó el poder de la monarquía. Chartier niega que esta haya sido una organización donde los individuos no se distinguían por su condición jurídica y donde sólo el mérito importaba para ascender de grado. Él dice que persistían muchas desigualdades sociales propias del Antiguo Régimen. También dice que, a pesar de haber sido la organización de sociabilidad intelectual más abierta, le negaba la entrada a quienes no poseían educación o desahogo económico. Pero la masonería, al exigir a sus miembros el silencio, generaban una lealtad política sin falencias y esto ayudaba a los talleres a socavar el orden monárquico y proponía, además, un nuevo sistema de valores fundado en la ética, que es necesariamente un juicio pronunciado sobre los principios del absolutismo.
En conclusión, la nueva cultura política del siglo XVIII resulta de estos diferentes modos de politización que, cada uno de diversa manera, desquician por completo el orden tradicional.
Medina.




[1] Chaussinand Nogaret, Guy; En los orígenes de la Revolución. Nobleza y burguesía”; en AAVV; Estudios sobre la Revolución Francesa y el final del Antiguo Régimen; Madrid; Akal; 1980; p.53.

Bibliografía:

Chartier, Roger; Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución Francesa; Barcelona, Gedisa, 1991.

Chaussinand Nogaret, Guy; En los orígenes de la Revolución. Nobleza y burguesía”; en AAVV; Estudios sobre la Revolución Francesa y el final del Antiguo Régimen; Madrid; Akal; 1980.

Lemarchand, Guy: "La Francia del siglo XVIII. ¿Elites o nobleza y burguesía?", en AA.VV.; Alcance y legado de la revolución Francesa, Madrid, Pablo Iglesias, 1989.

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